Quiero ser la puerta que se abre, ser la vista que se arroja hasta la cama, las sábanas que cubren las piernas femeninas y avergonzadas, el brinco que separa al amante de la esposa en fragancia, las sábanas cómplices que arropan el lecho de amor adúltero, el cuchillo que escapa de la chaqueta del esposo, el grito de la adúltera frente al filo brillantes y metálico, las manos agitándose del amante desnudo y aterrado, los pies que caminan en reversa y que no logran llevar más allá el cuerpo sin que quede atrapado por las paredes, la palabra no de la mujer al notar lo que el esposo pretende, los ojos húmedos y temblorosos del amante sentenciado a pagar, el pecho que deja entrar por entero la hoja del cuchillo, la piel perforada, la sangre que nunca tarda en salir, el suelo que ataja el cuerpo ya sin vida, la sombra que se ensancha al girar la humanidad del esposo que clama finiquitar con su venganza, el primer paso hacia la cama donde aguarda la esposa, las arrugas de unas sábanas que el movimiento de los brazos y piernas produjo, la luz que desaparece cuando la lámpara de noche es llevada al suelo, la alfombra que atrapa las cosas que se caen, los ojos abiertos y neutrales de un hombre despojado de toda ropa y desangrado más allá del cuchillo, la lágrima que cae por la mejilla izquierda, el pezón que se descubre, la sábana que se cae también de la cama, el segundo paso hacia la esposa adultera, la cantidad de aire que respira la mujer por minuto, el pantalón que es apretado entre la rodilla de vengador y la cama, el hombro que hace levantar el brazo, los dedos que aprietan el mango, las sierras del arma que destajan la yugular, el cabello castaño que se tiñe de rojo, el orificio que se abre en el cuello de la pecadora, los dedos moribundos que intentan taparlo, el temblor de los labios que no logran hacer sonar palabras, la saliva que en pocas cantidades sale de la boca del asesino complacido, la presión que ejerce cada zapato en la alfombra, el rincón que se agranda cuando se va acercando, la pantalla del televisor que casi estalla al llegar al suelo, el pie que se coloca encima para inmovilizarlo, el sonido del plástico del enchufe desconectándose del tomacorriente, lo largo del cable que es arrancado del aparato eléctrico, el movimiento pendular de la improvisada soga al ser movida por el caminar del hombre, el ventilador que permanece inmóvil, la silla que llegó ayudada hasta debajo de él, el sonido de las articulación que cruje al flexionar la pierna para levantarla, el cuero que se desinfla por el peso de un hombre de pie, el nudo que asegura un extremo del cable en el centro del ventilador, las luces que por la ventana se entrometen en la habitación desde la calle, el cuello enlazado, la curva que describe un punto del espaldar de la silla al ser pateado hasta que llega al suelo, la distancia entre la alfombra y los pies danzarines, la oscilación típica de los cuerpos que cuelgan, el aire que ya no hincha los pulmones, la sangre obstruida en el cuello, las pestañas que se unen y desunen, los ojos que no saben dónde mirar, las manos que se abren y se cierran intermitentemente, la carne sobre el esternón que es apretada por el mentón, la cabeza que se desmaya, el silencio más acá de los oídos y el corazón que se detiene. Quiero ser la paz que trae la muerte cuando apaga las culpas.
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