domingo, 30 de octubre de 2011

Top 13 de las cosas que no deberías decirle a una chama después del Coito


13.- ¿Cuánto te debo?

12.- Ramón y Ricardo tenían razón: eres magnífica
.
11.- ¿María es que te llamas, no?

10.- ¿Qué si te amo? Jajajaja

9.-  ¿Segura que ya te habías bañado?

8.-  Me salió barata la salida contigo.

7.-  No quería decirte nada hasta terminar, pero el condón se rompió a medio camino.

6.-  ¡Naaaa!, no eres tan buena.

5.-  Gracias por todo, puedes irte.

4.-  Vístete rápido que viene mi esposa.

3.-  No creas que por este favor voy a darte el ascenso.

2.-  ¿Qué si quiero ser tu novio?, es que tú eres como una hermana para mi.

1.-  Ya, ¿feliz? 

Yeiko                                                                                                            

Los cincuentaypico regalos que San Nicolás nunca te traerá (por más que llores)



  1. Raquetas sin mallas para tenistas pasivos.
  2. Máquina de escribir con efecto explosivo para secretarias nazis.
  3. Torres gemelas de goma para kamikazes tercos.
  4. Prestobarba con la hojilla en vertical, para rasuradas más al ras.
  5. Sopa de letras con rayas y puntos para comensales con clave Morse.
  6. Cesión fotográfica de 12 negros frente a una pared blanca, en distintas poses, para códigos de barra de bajo presupuesto.
  7. Catapultas de bolsas de basura y perros muertos.
  8. Un lápiz Mongol con el dos volteado para gente zurda.
  9. Guantes para pies para boxeadores tullidos.
  10. Burras infladles para campesinos solitarios.
  11. Despeinador de calvos infelices.
  12. Monos lazarillos.
  13. Reloj despertador con sonidos de fosforitos, tumbarranchos,
  14. Matasuegras y trikitrakis para madrugadores bélicos.
  15. Botellas para carne.
  16. Limpiador de anime a base de gasolina.
  17. Kerosén en polvo, le echas agua y listo.
  18. Medallas de cartón para deportistas ecológicos.
  19. Una cocina dinamitada, ideal para suegras que cocinan en la casa de uno.
  20. Tanga hilo dental hechas de cuerda de piano para tecladistas eróticas.
  21. Patotas imaginarias para ayudar a los amigos imaginarios linchar a sus enemigos imaginarios.
  22. Vacuna para ganar peso, evitando defecar.
  23. Binoculares con los vidrios ahumados para espías con estilo.
  24. Placas de carro de 6 m2 para fiscales de tránsito cegatos.
  25. Pantaletas musicales, que al igual que las tarjetas de navidad, suenan al abrir las piernas.
  26. Teteros con forma de USI para bebes terroristas.
  27. Patinas con ruedas para pistas de hielo.
  28. Tabacos miniaturas para consumidores pigmeos.
  29. Páginas Web en Braille.
  30. Asientos de autobuses reclinables para adelante para pasajeros penosos o contorsionistas.
  31. Chupetas de mamón.
  32. Condones de ocho puntas.
  33. La muñeca de Roxana, que incluye las piezas siguientes: varón dudoso, botella de champagne y control remoto esterilizado.
  34. Muñeco gay de Ken que canta "I Will survive", incluye baterías, pero preferimos no decir dónde.
  35. El circo romano del Ku Klux Klan, para divertir al público con leones, negros, latinos, indios y judíos.
  36. Sillas eléctricas portátiles para ejecuciones a domicilio.
  37. Ruanas sin huecos para andinos fantasmas.
  38. Rapel y descenso vertical con alambre púa para rescatistas y montañistas faquires.
  39. Transporte escolar en bicicleta, cupo mínimo de doce estudiantes.
  40. Zapatos sin par para gente floja que no tiene una excusa para quedarse en casa.
  41. Botellones de gasolina mineral para bebidas explosivas.
  42. Cajas de regalo tamaño familiar para cumpleañeros claustrofóbicos.
  43. Piscinas con pirañas para romper records mundiales en natación.
  44. Piedra con enchufe como mascota electrónica para el tercer mundo.
  45. Guillotina miniatura como cura para el SIDA y la reducción del índice de natalidad en la China.
  46. Tratamiento de conducto para dientes sentidos de serruchos viejos.
  47. Kit de muñecas inflables gritonas y chillonas para violadores en entrenamiento.
  48. Chicas portátiles para esos momentos solitarios.
  49. Fijador a base de concreto armado, yeso, fibra de vidrio y acrílico para peinados duraderos.
  50. Pancartas chiquitas para manifestantes tímidos.

lunes, 10 de octubre de 2011

A propósito de la navidad

Es la quinta navidad de Gabrielito. Hace más de una semana, y con ayuda de su papá, había terminado su carta para el Niño Jesús. Sus peticiones eran las más convencionales: una bici y la figura de acción del momento. Esa misma noche, muy temprano, Gabrielito estaba bañadito, con su ropita nueva y sus zapatos deportivos con lucecitas en el talón, todo ello con ayuda de su mamá. Su corazón palpitaba con emoción mientras más avanzaban los minitos. Lo sentía casi estallar. Su papá saca de su maletín una caja de luces de bengala y un yesquero.
Toma, Gabrielito, ten cuidado. Estás pendiente para venir a comer
¿Dónde está Gabriel?
Allá está, agárralo.
Ay, papito, no llores.
Móntalo en el carro.
¿Dónde están las llaves?
Busca un trapo mojado.
No sé, no sé. Con agua.
Ya, ya, papito, ya vamos al doctor.
Deja eso así y termina de montarte.
Enciende el carro.
Agarra por la autopista, es más rápido.
Ahí está, donde dice emergencia.

Yeiko                                                                                                            

jueves, 6 de octubre de 2011

Nina

Nadie se ocupaba ya de Joaquín. Ningún pariente, al parecer, disponía de algún rato libre para compartir con el que en joven vida fuera un líder de los movimientos clandestinos liberales durante el régimen déspota de Pérez Jiménez. Ya carcomido por la vida, sin ninguna reserva de juventud, Joaquín yacía tumbado en la irregular e incomoda colcha que le habían dado los “niñeros de viejos” (como bien él decía) para que pasara aquí el más amargo trayecto hacia su muerte.
La habitación era estrecha y vacía, con una puerta disfrazada con pintura sobre los latones oxidados por el orín del tiempo; las paredes, todas igual de horribles, se alzaban moribundas, calientes y hediondas a cal sobre el piso de granito ya sin pulir todos los días, salvo los lunes y los jueves cuando una haitiana tosca y fea solía entrar con su ya caucásico tobo de latón con ruedas y el coleto, que no era mas que el conglomerado de viejas franelas de partidos políticos. Siempre le decía a Joaquín con su castellano mal pronunciado “no vaya a bajar, está mojado”, mientras el sólo contestaba con un evidente gesto como si con los ojos volteando le dijera: “como si tuviera ganas de bajarme, tarada”.
Él, los lunes y los jueves y los demás días cargaba sobre su pecho escuálido a Nina, una dulce criatura que compartía con él su mejor hábito: dormir. Joaquín, por los años de convivencia junto a su querida y felpuda amiga, había concluido que estos singulares felinos nacían ya viejos, pues nada más explicaba la impensada virtud de dormir al menos quince horas al día.
Lucia placida sobre el abdomen superior del anciano, daba la impresión de ser una bebita perezosa, con la respiración tenue, ligera, como si inflara burbujas invisibles cada par de segundos con su típica nariz rosa de las hembras de esta especie. Nina, cuando andaba por el suelo aparentaba ser una bestia gigantesca, realmente grande, mas, sobre el pecho de Joaquín no era, a juzgar por su peso, más que una muy acolchada almohada de suaves huesos.
Joaquín pestañeo con fuerza, como queriendo aplastar las pestañas unas contra las otras, victima del dolor que le dominaba y que quería obviar por clamor a su cuerpo y cordura. La jaqueca estaba empezando a hacer efecto sobre sus sentidos, que permanecieron virtualmente cegados por voluntad de Joaquín. Él sabia que estaba allí, pero lo quería ignorar; sabia que se alojaba como un punto pequeño y palpitante, negro además, extraviado por los laberintos más inhóspitos de la mente, pero sin querer, Joaquín bajo la guardia mientras admiraba a Nina flotando sobre la piel que recubría su esternón, y el dolor fue acercándose cada vez más al margen de su consciente, y fue abriéndose camino entre la materia gris de su cerebro hasta captar la completa atención de Joaquín y comenzar con la perturbación de su ya perturbada humanidad.
Nina se había acoplado tan bien al pecho de Joaquín, que, vencida a propósito por la dulce pereza de las monótonas tardes, se había dormido allí mismo, sin importarle nada más en el mundo, ni el hambre, ni los ratones, ni un varonil gato, ni los ruidos ciegos que llegaban por la estrecha ventana que daba hacia el transito infernal de las cuatro de la tarde en la avenida San Martín. Nina se ocupó desde entonces de permanecer inmóvil sobre Joaquín, y éste se encargo de aguantar la migraña clásica de los tiempos geriátricos.
Un corazón inmaterial palpitaba en su cabeza, un tintineo tan intenso que sobre cada punzada de dolor el rostro del viejo se fruncía delatando que estaba siendo victima de un enorme sufrimiento. Sólo mover un tanto su cuerpo implicaba el avivamiento drástico de las punzadas destrozándole el juicio, además de su estricta moral de varón fuerte, pues su orgullosa hombría estaba siendo abofeteada por cada una de las lagrimas con que con los ojos buscaba drenar la maldita sustancia que tenia dentro del cráneo, y que lo reventaba en espasmos.
La vista se colaba forzadamente entre las lágrimas que se atoraban en sus ojos entreabiertos, pero era lo suficiente para apreciar la lámpara blanca del techo y la grieta tangente a ella que atravesaba el plano de norte a sur. Luego movía preventivamente su barbilla hasta unirla al pecho para mirar como dormía Nina, entonces fue allí cuando se percató del suave ronroneo del animal, que era la chispa con que seguramente explotaba en cada respiro más dinamita dentro de su encéfalo. Desde ese momento él ya no escuchaba a la gente de la calle, ni la tos de sus vecinos, ni los cornetazos de los autos en la San Martín, si no que se dejo envolver por los nauseabundos cánticos de los sueños de Mina, por sus malditos ronroneos.
Así cupieron dos eternos siglos en un frasco de media hora, la eternidad era solamente el intervalo entre dos respiros. Permanecía Nina ronroneando, sembrando aun más profundo la semilla de sus ruidos entre las adoloridas vísceras de la jaqueca.
Los ronroneos de Nina mascaban la materia sensible de la cabeza de Joaquín, como un tripanosoma venenoso.
Hizo un enorme esfuerzo para no levantarse y quitar a Nina de un solo manotazo, y fracasó intentándolo, pues ya lo estaba haciendo.
Tomó a la criatura por el lomo y con el impulso de su cuerpo al levantarse giró velozmente su brazo derecho hacia su izquierda tirando a Nina hasta la pared más cercana, con una fuerza tal que hizo pintar de rojo el punto de impacto del animal. Seguidamente la cogió ya desplomada, y martilló con ella clavos invisibles en el mismo suelo que no hizo más que no dejar traspasar la felina a pesar de que el ser enloquecido, en el que se había convertido Joaquín, parecía querer hacer pasar a golpes a la rota criatura a través del piso y enterrarla junto a sus negros ruidos.
Pero esta no daba más allá del granito, así que Joaquín arrodillado descargó sus rugosos puños contra el animal, golpes certeros a lo que era su cabeza, su abdomen y sus patas, una y otra vez. Levanto al estropajo de carne por la cola manteniéndola en vilo mientras decidía estrellarla de lado a lado oscilando como un ser desalmado, sonriendo autista, envenenado de furia, de placer cruel, de hambre de tranquilidad, pagando con el jugo de la vida de Nina su propia satisfacción. Por ultimo, Joaquín tomo por ambas patas traseras la carne del animal que goteaba miel carmín y fresca sobre el piso, al tanto que con fuerza veloz y descomunal separó derecha e izquierda del animal al distanciar los brazos, quedándose cada mano con una porción del animal. Basto hacer esto para caer de bruces contra el piso, acostado sobre el charco de lo que era Nina. Y Joaquín, nada más así, se percató de que los ronroneos sólo provenían del interior de él.


¿Ves?


Eres la aurora divina que baila en mis ojos
Te dilatas al compás de mi risa furiosa
Te haces enorme como montaña hermosa
Llenándome de fantasías, de incalculable gozo

¿Ves cómo tu presencia me da vida?
¿Cómo me alimentan tus caderas, tus senos,
Tus manos, tu boca, mortal veneno?
Son surcos suaves y tibios que me abrigan.

¿Notas cómo lucha la brisa para arrancarte de mí,
Cómo nunca triunfa porque de mí no te aleja?
Te acerca aún más, tierna azucena
Quédate junto a mí, déjame hacerte feliz