jueves, 7 de julio de 2011

Los perros



La pequeña con los ojos abiertos a más no dar, le pregunta a su padre, el carnicero del barrio -¿Papá, por qué están pegados esos perros?- Era evidente que en la mente de la inocente pequeña la imagen de esas bestias en celo no dejaba de ser para nada curiosa. Recordó que en la misma calle donde estaba la carnicería de su papá, había visto otros perros asumiendo el mismo comportamiento. Aquélla ocasión, la niña estaba aburrida entre la monotonía que representaba ver cómo su padre con senda hachuela separaba los tajos de carne roja, los apartaba y repetía el procedimiento hasta que un gran trozo de roja musculatura de ganado quedaba resumido en unos cuantos pedazos, que se dejaban a la vista de la gente en bandejas de metal a merced de un ruidoso ventilador que mareaba las moscas en el aire sin que estas lograran aterrizar sobre el preciado alimento, bien por la pequeña ventisca que propinaba o por el estruendo de su motor moribundo. -¿Papá, puedo salir a jugar afuera?-, -Vaya mija, pero mucho cuidado, no salga de esta misma calle- aseveró el padre mientras realizaba continuos cortes para ganarse el pan de cada día. Afuera la niña vio a los perros unidos y exponiendo sus temblorosas lenguas, escuchó como alguien comentó –Otra vez estos perros se pegaron- , y presenció a la gente de las casas deshaciéndose de todas las cosas arrojables para intentar apartar a los pobres perros. Los animales sólo con el agua que les aventaron desde una platabanda lograron alejarse lo suficiente para que dicha manifestación del acto sexual perruno no importunara el sosiego colectivo.
El papá al escuchar aquélla pregunta, tragó saliva, le sudaron un poco las manos, y varias veces su boca intentó moverse para ser útil hablando, pero fue en vano, no supo qué decir.
 – Voy al baño, dile a quién entre que se espere un momentico, que es cosa de cinco minutos - , la niña atenta asiente, y el padre entra hasta las últimas sombras de una puerta interior mientras que al negocio hace su entrada, como si estuviera trotando, una perra marrón y pequeña. La chiquilla se agacha y, cuando se disponía sacar al animal por las buenas, otro perro, uno más grande y rápido se abalanza sobre la hembra, y entre el asombro desesperado e ignorante de la niña al escuchar cómo ésta pobrecita chillaba, se apartó y en menos de lo que hubiera recordado vio de cerca el acto que tanta curiosidad le daba: los perros se había pegado. Corrió detrás de enorme mesón donde su papá trabajaba para hacerse con la única arma que conocía entonces. El padre escuchó un chillido espantoso y desgarrador, apuró el paso, temía que su hija estuviera en peligro; pero cuando cruzó el umbral, vio hacia la entrada del establecimiento. Miró a su hija intacta pero con las mejillas mojadas, sus ojos temblorosos y las manchas de sangre en el suelo. Entonces comprendió que debió explicarle aquélla vez a su hija por qué los perros del otro día estaban pegados.

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