martes, 24 de abril de 2012

La amante en el espejo

Es común amanecer pronto y de golpe como me ha pasado hoy, y es que sin dudar, representas y vales millones de estas albas prematuras. Ni en sueño me es posible ignorar, al menos un segundo lo que mucho que te amo y que siempre reinarás, diva toda tú, en el epicentro mas profundo de mi corazón.

Hoy desperté temprano como es de costumbre, ya que soñar contigo toda la noche y plenarme de tu exquisita presencia en estos raros reinos y me sentí turbado fuertemente al palpar el abismo que inspiraba la lejanía de tus abrazos sinceros, vi. Alejarte tan lentamente que por cierto instante creí que nunca mas volvería a verte, amada mía. Como te dije antes, en un santiamén mi persona fue expulsada bruscamente de tan rico sueño y me hice sentar, ya consciente de mí, sobre mi cama que me atajó del fiero trance.

Ya allí respiré poco a poco mientras me reconocía en el mundo real y conté mis partes para saber que seguía siendo una unidad. Apoyé mis manos en la colcha que me sostenía, palpando cada pliegue mientras hacia memoria de los ricos momentos en los que te hice mía en este mismo lugar, como de aquella vez en que nos convertimos en una sola masa de carne sudada, girando y temblando sobre la misma tela que hoy me soporta, hecha pliegues como los de hoy. Me mordí los labios al recordarte nuevamente y revivir tus suaves mordiscos y los míos en tus tersos labios de hembra tierna. Mi mente se pobló de todos y de cada uno de los momentos en los que nuestras lenguas unidas visitaban cada boca nuestra, de como acariciaba la tuya intentando domarla, mientras sólo lograba enfurecerla y que me atacara dulcemente junto a tus traviesos labios de niña mala. ¡Cuánto amor!, cuántos deseos de quererte aquí y ahora conmigo cerca de lo que es tu pertenencia: yo. Con decirte que sentiría hereje, hoy como cualquier otro de nuestros días, si intentara (contra mis deseos, claro está) sacarte de mi mente y pensar en otra cosa que no seas tú, tu cuerpo perfecto, moreno, suave y dócil de siempre, con tus bustos de amante desenfrenada, tus caderas maternales y tus ojos llenos de la ternura eterna que te acompaña. A ti te debo, como ya sabes, mi existencia, pues ella solamente se amamanta de la leche tibia de tu amor inconmensurable. Abrí nuevamente los ojos luego de imaginarte sobre mi cuerpo y de sonreír y sonrojarme, no sin antes haber notado en calor suaves de los primeros rayos del día que se drenaban atrevidamente entre las persianas colgadas en las ventanas de nuestra habitación, y con ello, y con su luminiscencia sobre mi cuerpo, templo tuyo, asimismo recordé, como con cualquier cosa tuya, los brazos suaves que me cobijaron en nuestras primas noches y nuestros reveladores amaneceres. Luego toque mi nuca e intenté darme un masaje tan rico los tuyo y no pude, pues no estabas tu aquí, que era la única razón de ellos.

Como me lo permitieron las imágenes revoloteando sobre mi cabeza (como memorias aladas), me levanté de la cama y caminé, torpe como siempre que no estoy a tu lado. Paso a paso hacia la sala, y me deshice de alegría al verte allí, levantada, presta a amarme, como siempre, y atenta a cada uno de mis movimientos. Sonreí porque te miraba y vi cómo sonreíste, bella tú, pues sabia que yo lo hacia también. Estabas sin ropa alguna, allí tan glamorosa, vestida de tus carnes y no bastó verme para que tu incauto pubis se delatara húmedo y presto a mis ataques de amante demente.

Tu imagen se coló entre mis recuerdos y volví a ver dentro de mi memoria momentos que sólo vivirán en nuestras almas desnudas. Aquella noche, como recordarás te hice mi dueña y fuiste mi mujer en esta misma sala, cuando el amor no esperó la cama, y me hice dentro de tus cavernas, aquí mismo donde te despedacé la virginidad con la carne t9iesa del placer, entrando y saliendo de ti a voluntad, alojando mi piel dentro de la tuya, y haciendo uno y uno sólo nuestros cuerpos envenenados de tanto libido. Rodando sobre nuestra improvisada cama de caoba y alfombra.
No resistí más con los recuerdos y lloré al verte tan cerca, me aproximé, al desnudo como lo estás hoy. Disminuyendo nuestra distancia y aumentando nuestras ansias, mojados de amor y temblando como gelatinas de cereza, dispuestos a atacar, nuevamente nuestras partes y romperlas de tanto sexo. Pues así, me hago cerca de ti hoy, te soplo mi aliento sobre tus labios, que me esperan listos y hambrientos, y mis manos tocan la tuya y te beso, a pesar del espejo que nos separa.

La boca del estómago

Danilo debía darle alimento a diario; era su alimaña secreta. Debajo de su pecho se alojaba esa maldad traducida en un rostro abdominal, que le pedía, rogaba casi, ser surtido de comida, bajo la latente amenaza de gritar y causar un escándalo entre las personas cercanas. Bastaba con que Danilo se atreviera bajar el brazo hasta cerca del ombligo para ser mordido con las más traviesas de las furias. Debía entonces correr hasta la soledad, levantar su franela, y alimentar esa parte siniestra de él.

Cierta vez su monstruo personal fue castigado, desde esa ocasión aprendió a ser menos agresivo con sus peticiones. Surgió un pleito callejero, y alguien, por fortuna, le dio un golpe en la boca del estómago. Danilo en el suelo, adolorido y feliz, volteó a mirar a su oponente, y éste más extrañado que iracundo le escuchó decir "gracias".