sábado, 26 de febrero de 2011

El sexto batazo

¿Crees que te he olvidado, bastardo? Pues ya vez que no. Aún deseo, como desde el día en que te metiste conmigo y con mi familia, partirte los putos dientes que marginan tu boca malhablada con el batazo más grande que ser humano alguno (en su juicio o no) le halla propinado a una escoria como tú, pues ni siquiera ser humano eres, grandísimo mal nacido. Por las noches se me ahogan los ásperos recuerdos que tienen tu ebria imagen apedreando las ventanas de nuestra felicidad. Aún mis soliloquios son asaltados por las remembranzas de tu bestialidad, de tus abyectos aires de chico malo, de tus mejillas peludas y marcadas de las cicatrices de tu pasado incierto, de tus sucios relinchos, los que sí fueras gente, llamaría palabras. ¿Pero qué palabras puede salir de una carne podrida como tú, sino las que aprendiste jugando al vago en la misma calle que amamantó tu ruin existencia?
Anhelo escupirte los ojos que no merecen llenarse de lo hermoso de la vida, y sueño poder destrozar tus rótulos con el segundo y el tercer batazo con tanto odio, que el holocausto nazi parecerá un dulce picnic. No tendré el menor resentimiento porque no seré castigado más que la ley de los hombres de llegar a herirte, grandísimo parásito, pues de las leyes divinas estás exento, "amarás a tus semejantes como a ti mismo" es la moraleja de la Biblia, pero tú, proxeneta de su propia madre, no te me asemejas en lo más mínimo. No me llegas ni a las uñas de los pies. Tú no me inspiras lástima, sino asco y un sentimiento de venganza que nada, ¿leíste bien?: NADA podrá quitármelo de encima, hasta ver mi victoriosa revancha consumada. Estaremos tablas, tú me creaste este jodido trauma que no permite hacerme de mi añorada felicidad y regocijo espiritual; y yo te habré dejado, muy gustosamente, cautivo en una silla de ruedas.
¿Por qué no matarte?, te preguntarás, porque no soy ningún asesino como tú podrías serlo y porque deseo que todo el dolor, el eterno remordimiento y la redención denegada, sean castigos para ti tan fuertes, que rogarás morir para aplacar tu magno sufrimiento. Tus manos no serán las mismas después del dantesco golpe que les daré a cada una con mi bate de aluminio, hasta dejarlas deformes y ensangrentadas, tan inútiles como lo eres para tu familia (a la que no mereces).
¡Maldito, maldito seas mil veces!, que por arte de magia venga un rayo cósmico fulmine tu cordura y te envenene con el karma de todo el mal que me hiciste, hasta que se te pulvericen los ojos, incapaces entonces para ver. Que me pidas mil veces perdón para mil y una negártelo, para que te asfixies poco a poco hasta el día en que la calma y la nada te aparten de mi vista, extinguiéndote, mientras que recuerdas cuán doloroso fue aquél batazo en plenas cervicales.
p.d. lo mismo para tu hermano y tu cuñado.

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