jueves, 7 de julio de 2011

Maldito colector

Maldito colector que grita en tu oído antes de intentar al menos acercarte al autobús para montarte en él. Y sale de su hocico una frase mal pronunciada pero inteligible, casi su voz escapa de sí para tratar colarse dentro de ti, como para hacerte comprender algo que tú sabes no tiene sentido, como para que sientas su desesperación y su hambruna mental, para que te percates de su sed de cerveza dominguera, para que entiendas que debe pasarle a una chamita que hizo mujer y a sus tres hijos (evidentemente no deseados) el dinero que hace cada diez vueltas, para que te des cuenta que le falta el último CD de Diómedes Díaz o Don Omal en su rockola andante con asientos de semicuero viejo y sucio, y que necesita comprarlo para nos ser víctima de la burla por su atraso con respecto a la moda que dentro de su reducido círculo social se establece. Él quiere intentar cubrir un puesto laboral inventado y que a la larga es realmente inútil, al menos que su función real sea la de comprar el aceite de caja o descambiar los billetes en las estaciones de servicio. Este colector te canta apenas entras a la unidad su frase premiada y la que es casi eslogan insigne de su profesión interdiaria, te la dice en el oído, casi escupiéndote la oreja para que te quede claro que debes contribuir para que se fume un cigarro después de cada viaje, para comprar un pañuelo de güini pú para proteger la solapa de su camisa del sudor y de la caspa, para tener bastante billetes de a mil bolívares con los que impresiona a las colegialas de camisa azul y beige a quienes les enseña el fino arte del beso irresponsable e impensado y la ciencia de las tocadas pornos debajo de la falda plisada azul marino. Ellos pronuncian al oído aquellas palabras aterradoras para el reducido bolsillo de los niños escolares y tan arrechante (porque no se me ocurre otro término más propicio) para el estudiante universitario. Él te lo dice antes de subir para sentirse más importante que tú, porque sabe que no estará en peligro intelectual por no lograr llegar a contar una cantidad mayor a cinco estudiantes (que son los que pueden abordar el colectivo). No lo hacen por mantener sus propias vidas, ya que no tienen una como tal, porque ganar el lunes lo que te bebes el martes no es vivir después de todo, sino para sentirse unes semi dioses colgados como homínidos inferiores en sus lianas metálicas aullando los destinos que ya la gente conoce. Él los elige: “tú pagas completo, tú pagas estudiante”, él decide el tiempo de expiración de nuestros documentos personales:” ese calné está vencío”, y como buen cobarde nunca ofrece una respuesta con suficiencia y autonomía: “son cinco estudiantes porque esas son las nolmas” y evade sus responsabilidades de responder a tus inquietudes sobre el derecho que por ley mereces “sí quieres vas pa’la línia a preguntal”. En fin, maldito colector el que te dice “estudiante completo”

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