miércoles, 1 de diciembre de 2010
Nunca Suicida
¿Qué piensas hacer con esa arma? Haz el favor de bajarla.-No quiero, no me da la regalada gana.-¿Qué dices, hijo; no vez que te vas a matar?-¿Y qué crees que planeo hacer, mamá? Matarme.-¿Qué cosas dices, mijo, no ves que me haces sufrir?-¿Y, qué hay con eso?-¿Cómo, es que no te importo?-Sí planeo suicidarme es porque no me importas tú, ni nadie, mamá. Ya estoy harto de todo y de todos. Me destroza la humanidad que todos me digan lo que tengo que hacer. Así que ahora soy yo el que decide qué hacer, y lo que deseo hacer es quitarme la vida.-Pero, Carlos Alfredo, ¿qué cosas dices?, dame acá el arma, te lo ordeno.-¡Atrás!-Carlos ba... baja el arma, por el amor de Dios.-¡Atrás, atrás!-Carlos, dame la maldita pistola de una buena vez.-¡Ah, si! ¿Y qué te parece esto?-¿Carlos, qué haces?, dame la mald....-¡Atrás, coño!, atrás o me meto un tiro. ¿Crees que no has mandado lo suficiente en mi vida, ahora quieres mandar sobre mi muerte?-¿Qué muerte, muchacho loco?-La que nos sigue. ¿No la ves? Esta en todos lados, nos persigue.-Por Dios hijo, no digas esas cosas...-¡Siéntate!-Carlos, no me hables así que yo soy tu mad...-¡Siéntate, por un demonio!... eso, quédate así, contemplando como tu hijo se va de tu falta de madre sobreproctetora.-¡Hijo!, no... No lo hagas.-¡Ah, si! ¿Y qué planeas hacer, golpearme con la correa del los lunes, atarme al árbol de los fines de semana?-Era por tu bien, hijo. Era por tu....-O no, mejor aun, los reglazos en la espalda de las tablas de multiplicar.-Pero aprendiste, hijo.-Claro que aprendí A temerte. Las tablas siempre estarán, y yo ya no soy un niño. Las tablas no crecen.-Si, papi. Pero, baja el arma, eso...eso...-¡Ahora soy papi! ¿No querrás decir “maldito pegoste” o “inepto”, o “tarado”, o “bastardo”? Ahora si soy, “papi, mi amor, querido, tesoro”.-No digas eso, sabes que yo te quiero.-¿Querer? ¿Tú a mí? No creo. Eso no es querer. Tú no quieres a nadie. Tú eres la que me está matando ahora. Tú no me mereces, ni a mí, ni nada.-Hijo, no llores, ven a mí.-No estoy llorando, estas lágrimas son de odio.-Ya lo sé, hijo, lo sé, me odias, lo sé. Ven.-Déjame, mamá. Vete. No quiero que me veas llorando.-Llora eso, llora y desahógate.-Claro “llora”, como no eres tu la que está pasando pena.-Vamos, hijo, llora. Llora, Carlos Alfredo.-No, deja, mamá, no me abrases, suelta. Bueno... sólo un rato.-¿Ves? Como antes ¿recuerdas?-¡Snif!... suelta... ¡snif!... tu siempre, mamá.-Eso, abrásame muy bien, bebé.-Mamá, mami.-Si, hijo, ¿qué quieres?, dime lo que quieras.-Perdóname, mamá... ¡snif!... perdón.-No, cielo, no tengo nada que perdonarte.-¡Snif!, ¡snif!, si, mamá, si, perdóname.-Pero, ¿por qué, qué tengo yo que perdonarte? -Por haber cambiado de opinión... ¡toma!
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