lunes, 13 de agosto de 2012

La concha


Mucho tiempo tenía encerrado en esa cáscara pétrea que le servía de casa y condena de por vida. La arrastraba consigo mientras dejaba a su paso una estela de un líquido viscoso y resbaladizo, cuyo trazo lucía haber sido pintado torpemente por un niño que intenta terminar una línea sobre la tierra. Los minutos eran devorados en horas, y su corporeidad anquilosada se alejaba, al menos,
del sol que podía secarle hasta hacerle polvo. Entonces, cuando ya su cabeza dejaba de dar tumbos y sus ojos se levantaban para alcanzar el horizonte, despertó de la psicotrópica somnolencia; y cuando su enorme concha realmente comenzó a estorbar, como un monumento al tedio y a la vergüenza, finalmente se dio cuenta que él no era un caracol.

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